"Los ecologistas utilizan los indicadores ambientales, es decir aquellos fenómenos, aquellos organismos, que nos ayudan a comprobar la salud o la degradación de nuestro ambiente. Los líquenes, por ejemplo, modifican sus características si el medio ambiente se contamina, las luciérnagas no vuelven, tampoco las golondrinas, etcétera. Para la ciudad, puede considerarse al niño como un sensible indicador ambiental: si en la ciudad se encuentran niños que juegan, que pasean por sí solos, significa que la ciudad está sana; si en la ciudad no se encuentran niños significa que la ciudad está enferma.
Una ciudad donde los niños callejean es una ciudad segura, no sólo para ellos sino también para los ancianos, los minusválidos y para todos los ciudadanos. Su presencia representa un estímulo para que los otros niños bajen y un factor disuasorio para los coches y para los demás peligros exteriores. La calle desierta es, en cambio, peligrosa para el niño que la cruza, porque el conductor no se lo espera, no lo prevé; es peligrosa para todos porque invita al crimen y te vuelve impune.
Pero para hacer posible que los niños salgan solos de casa hay que cambiar la ciudad, completa aunque gradualmente. La ciudad, que ha crecido adoptando salvajemente la opción de la defensa, debe ser capaz de ofrecer alternativas, de apertura a la vida, de apertura al futuro. Hay que actuar, pues, en varios niveles y en varias direcciones". (Francesco Tonucci, La ciudad de los niños, p.87)
Libro disponible en nuestra Sala de lectura.
Otros títulos:
El grito manso, Paulo Freire
Los materiales, Francesco Tonucci
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