lunes, 27 de junio de 2011

PRIMER INVASIÓN INGLESA


Hacia fines de 1805 la idea de una posible invasión inglesa ya recorría Buenos Aires. Esta capital sudamericana, con sus 45.000 habitantes, era uno de los puertos más prósperos del Nuevo Mundo. El virrey Rafael de Sobremonte había solicitado refuerzos militares a España en varias oportunidades. Los cuerpos militares del virreinato habían sufrido muchas bajas en los últimos tiempos, en particular, durante la sublevación indígena liderada por Túpac Amaru. Sin embargo la única respuesta que obtuvo fueron unos cuantos cañones y la sugerencia de armar al pueblo para la defensa. Pero el virrey entendía que darle armas a los criollos, muchos de ellos influenciados por ideas revolucionarias, era una estrategia peligrosa para los intereses de la corona.
El jueves 2 de enero de 1806 arribó al puerto de la Ensenada de Barragán el Bergantín mercante Espíritu Santo, el cual es interrogado por el Alférez Navarro por orden del Capitán de Puerto Santiago de Liniers, de origen francés, al servicio de la corona española. El Capitán del Mercante Francisco Paula de Fernández informa haber avistado una flota británica en Todos Los Santos, Brasil, el pasado diciembre de 1805. Esta flota es parte de la expedición de Sir David Baird que se dirigía a la colonia holandesa de Cabo de Buena Esperanza.
Sobremonte recibió esta noticia de que una flota británica se había aprovisionado en el puerto de Bahía, Brasil, y siguiendo las medidas estipuladas por la corona, organizó las escasas tropas virreinales para la defensa del estratégico puerto de Montevideo, el cual poseía suficiente calado para permitir la entrada de buques de guerra, lo que lo convertía en la plaza militar más importante sobre el Río de la Plata.
Liniers recibió la orden de armar una flota para resguardar las costas y asegurar la libre navegación entre Montevideo y Buenos Aires y fue designado comandante del puerto de Ensenada de Barragán, a unos 70 km al sur de Buenos Aires. Liniers había sido enviado al virreinato en 1788 como Capitán de Puerto. Era hermano del Marqués de Liniers, poderoso comerciante francés en Buenos Aires, y ambos pertenecían al grupo de porteños que simpatizaban con Francia. El gobernador de la Plaza de Montevideo convocó a los habitantes y a las milicias para organizar la defensa ante la posible invasión. A dicha convocación acudió Azopardo segundo comandante de la Fragata Corsaria Dromedario. Se le asignó la Lancha Obuse ‘’Invencible Nº4’’, para realizar misiones de vigilancia costera. La tripulación se compuso por parte de la perteneciente a la Dromedario.

Organización del ejército invasor

En enero de 1806 se producía la segunda conquista del Cabo de Buena Esperanza por un ejército británico al mando del teniente general David Baird. La captura para la Corona Británica de la colonia holandesa del Cabo de Buena Esperanza había sido lograda con la misma flota que había causado alarma en el Río de la Plata. Por esos días Napoleón triunfaba en las batallas de Jena y Auerstaedt, lo que consolidaría a Francia como la potencia hegemónica en Europa.
Popham mantenía contacto con comerciantes establecidos en Buenos Aires, entre ellos William White, a quien debía una importante suma de dinero. El 28 de marzo llegó al Cabo desde Buenos Aires el barco negrero Elizabeth que habría traído una carta de White en la que este indicaba que se encontraba en la ciudad un tesoro de más de un millón de pesos provenientes de Potosí listo para ser enviado a España, con el cual Popham podría saldar su deuda. El comodoro intentó persuadir a Baird para que le brindara su apoyo para tomar el Río de la Plata, valiéndose de varios argumentos y asegurando que recibirían el apoyo de la población local, pero el general no accedió.
Baird se encontraba en una posición incómoda, lo que explicaría por qué le otorgó a Popham el Regimiento 71 escocés, uno de los cuerpos más sólidos del ejército del Reino Unido, al mando del teniente coronel Denis Pack, para una misión que no había sido aprobada oficialmente. Por un lado, los gobernadores de colonias remotas tenían el poder de decidir acciones militares de urgencia. Por otro lado, la ley británica establecía porcentajes de los botines de guerra que eran entregados a los participantes, en particular, los militares de alto rango podían recibir importantes sumas. Además, si la expedición partía sin la ayuda de Baird y fracasaba, Popham podría acusar a Baird ante un tribunal de guerra.
El 14 de abril, la flota británica cruzó el Atlántico, en dirección al Río de la Plata. Baird nombró general al coronel William Carr Beresford para que liderase el ataque a Buenos Aires. La escuadra llegó a Santa Elena el 29 de abril, y Popham logró que el gobernador de la isla le prestara 280 soldados para su misión, y envió una carta a Londres, dando a conocer los motivos por los cuales se dirigía a Sudamérica y basó sus argumentos en el memorándum de 1804. Lo que Popham desconocía era que Pitt había muerto recientemente y que en su lugar había asumido William Wyndham Grenville, del partido opositor Whig.
En mayo, Popham envió a la fragata HMS Leda por delante de la escuadra para sondear el río. El 19 de mayo el capitán envió a un oficial y tres marineros con un bote a las costas cerca de Santa Teresa, para que tomasen notas de las costas y la zona, pero son capturados por una partida de milicianos, que los trasladan a Buenos Aires, donde después de tomarles declaración, el virrey no tomó ninguna medida adicional,5 quizás porque no obtuvo nada del oficial, o este muy probablemente desconociera los detalles del plan (por su rango). Los prisioneros fueron confinados en Las Conchas.

Conquista británica de Buenos Aires

La flota fue avistada frente a Montevideo el 8 de junio. El 24 de junio Beresford amagó un desembarco en Ensenada, realizando maniobras frente a Punta Lara y abriendo fuego contra las fortificaciones.
El 25 de junio una fuerza de unos 1.600 hombres al mando de Beresford, entre ellos el Regimiento 71 de Highlanders, desembarcó en las costas de Quilmes sin ser molestados. Recién al día siguiente se dispuso en Buenos Aires marchar hacia ellos, bajo el mando del nuevo Subinspector del Ejército, coronel Pedro de Arze. Cuando se estuvo frente al enemigo, se rompió fuego, aunque la carga posterior de las tropas invasoras forzó a una retirada general de los defensores.
Sobremonte intentó una estrategia de defensa, armando a la población y apostando a sus hombres en la ribera norte del Riachuelo, confiando en poder atacar a los británicos de flanco. Pero el reparto de armas fue un caos, y las tropas no pudieron detener el rápido avance inglés; de modo que el virrey quedó fuera de la ciudad, sin posibilidad de intentar nada.

La Rendición

El 27 de junio las autoridades virreinales aceptaron la intimación de Beresford y entregaron Buenos Aires a los británicos. En la tarde de ese mismo día, las tropas británicas desfilaron por la plaza mayor (la actual Plaza de Mayo) y enarbolaron la bandera del Reino Unido, que permanecería allí por 46 días.
Manuel Belgrano, secretario del Consulado de Buenos Aires (y de todo el virreinato) y Capitán Honorario de Milicias Urbanas, manifestó la necesidad de reubicar el Consulado en el lugar en donde el virrey estuviese y se dirigió ante Beresford a presentar la solicitud. Mientras tanto, los demás miembros del Consulado juraron el reconocimiento a la dominación británica. Belgrano prefirió retirarse "casi fugado", según sus propias palabras, a la banda oriental del Río de la Plata, a vivir en la capilla de Mercedes, dejando en claro su postura al pronunciar su célebre frase: "Queremos al antiguo amo o a ninguno".
El virrey abandonó la capital en la mañana del 27 de junio y se retiró a Córdoba junto con algunos centenares de milicianos que no tardaron en desertar: contrariamente a una persistente leyenda, no llevaba consigo los caudales, ya que los mismos habían sido evacuados dos días antes de acuerdo a un plan trazado el año anterior. Beresford demandó la entrega de los caudales del Estado y advirtió a los comerciantes porteños que en caso contrario retendría las embarcaciones de cabotaje capturadas e impondría contribuciones. El Cabildo no vaciló en enviar una comisión a Sobremonte rogándole entregara el tesoro a un destacamento inglés enviado en persecución del mismo. Éste tesoro fue trasladado a Londres y paseado como trofeo de guerra, antes de ser depositado en un banco.
El 14 de julio, Sobremonte declaró a Córdoba la capital provisoria del virreinato. Asimismo, instó a que se desobedecieran todas las órdenes provenientes de Buenos Aires mientras durara la ocupación. Se dedicó a organizar un ejército con el que reconquistar la capital, pero la tarea tropezó con toda clase de dificultades, y sólo dos meses más tarde estuvo listo.
Los porteños estaban, en general, descontentos con la metrópoli, y por tanto, en un primer momento los británicos fueron recibidos con entusiasmo. Sin embargo, los grupos partidarios de la independencia reconocieron la amenaza latente en la ayuda británica. La ocupación era la excusa perfecta para establecer el dominio que el Reino Unido anhelaba sobre la región. Una de las primeras medidas que tomó Beresford fue decretar la libertad de comercio y de reducción de aranceles. Al darse cuenta de que los ocupantes no tenían otros planes, sino convertir al Plata en una colonia británica, se sumaron a los grupos que preparaban una rebelión.

La Reconquista de Buenos Aires

Ante la inmovilidad de las autoridades virreinales, los vecinos de la ciudad, criollos y españoles por igual, comenzaron a armarse para defenderse por sus propias manos. Se organizaron varios grupos clandestinos que planeaban atacar el fuerte, residencia temporal de Beresford, con explosivos caseros. Estos movimientos tuvieron el apoyo de los monopolistas (entre ellos Martín de Álzaga), que se veían severamente perjudicados con el libre comercio decretado por el representante de Jorge III de Inglaterra (y que fuera aprobado por este soberano cuando los británicos ya no gobernaban sobre el Río de la Plata).
El 1 de agosto una guerrilla amparada por el rico comerciante español Martín de Álzaga en los Caseríos de Perdriel, fuera del casco urbano (la actual Chacra Pueyrredón, en el partido de General San Martín),6 dirigida por el criollo de ascendencia francesa Juan Martín de Pueyrredón, fue derrotada por una fuerza inglesa de 550 hombres. Pero la mayor parte de las tropas quedaron intactas para reconquistar la ciudad.
Antes de que los rebeldes porteños pudieran llevar a cabo su plan, nuevas tropas arribaron a Buenos Aires: estaban comandadas por Liniers, que había abandonado su posición en Ensenada y cruzado el Plata para organizar las tropas para la reconquista. Desde Montevideo, y con la ayuda de Pascual Ruiz Huidobro, gobernador de esa ciudad, el francés organizó un ejército que partió el 23 de julio para Colonia y el 3 de agosto fue embarcado en una flota de 23 naves hacia Buenos Aires para la reconquista.
Cruzó el Río de la Plata aprovechando una sudestada, tempestad que dejó inmóviles a los buques británicos y en medio de la niebla. Avanzando desde el Tigre (Puerto de las Conchas), se sumaron a este ejército miles de hombres entusiasmados.
El 12 de agosto, Liniers avanzó sobre la ciudad desatando una batalla campal en distintas calles de Buenos Aires, hasta acorralar a los británicos en el Fuerte de la ciudad. También salieron a la calle centenares de voluntarios organizados y entrenados por Álzaga.
Beresford firmó la capitulación el 20 de agosto, en la que se acordaba el intercambio de prisioneros entre ambos bandos. Temiendo un segundo ataque, el Cabildo presionó para que los prisioneros británicos fueran enviados al interior, anulando así los términos de la rendición.
Retomada la ciudad, la Real Audiencia de Buenos Aires asumió el gobierno civil y decidió entregarle la Capitanía General a Liniers. Asimismo, la corona española le agregó el título "La muy fiel y reconquistadora" a la ciudad de Montevideo y en el escudo de dicha ciudad se agregaron banderas británicas caídas, indicando la derrota de los británicos frente a Montevideo.
Popham fue juzgado por una corte marcial británica por haber abandonado su misión en Cabo de Buena Esperanza, pero su castigo se limitó a ser "severamente amonestado". La ciudad de Londres le otorgaría luego una espada de honor por sus esfuerzos por abrir nuevos mercados; la sentencia nunca llegó a afectarlo.

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